
No pensábamos que fuese tan bueno
Su nombre es Jude Bellingham y es inglés. Tiene 20 años, lleva jugados 13 partidos con su club y ha anotado 13 goles. No es delantero, lo cual realza esos números. Evidentemente sabe jugar al fútbol: tiene la condición física (corre sin que te falte el aire), conduce bien el balón, es preciso al pasar la pelota a otros; alguien podría decir que tiene dribbling o regate (esa capacidad para burlar contrarios como si fuesen conos en la playa). Jude, siendo buen pasador y con velocidad de piernas, se destapó también como gran golpeador del balón, con colocación (la puso en la escuadra, para más dolor), cabecea bien y ya no digamos que remata a portería con precisión. Casi todo lo anterior es lo que hace bien este jovenazo. Honesto. Constante. Tiene personalidad. Mejora cada partido, aprende y hace destacar a sus compañeros. Inteligencia, le llaman. Quizá su mayor virtud es que ha hecho que jugar para el Real Madrid parezca fácil. Nada más y nada menos.
Ampliemos la toma. El Real Madrid tomó a un mediocampista de 19 años, proveniente del Borussia Dortmund, pagando 103 millones de euros por su pase y armó el ataque en torno a él. Mientras, a lo lejos, la puerta de Karim Benzema, alias Monsieur Balón de Oro, se cerraba. Ancelotti, uno de los mejores técnicos del mundo, acaso el mejor, echó a un lado el sistema 4-3-3 con el que su equipo había ganado todo lo que se puede ganar e implementó un rombo a mitad de cancha, acercando a Bellingham lo más posible al área rival. ¿El resultado? Bueno, ya mencionamos los partidos jugados y los goles y no sería válido repetirse. Digamos que Bellingham es el jugador con más bloqueos en La Liga, con 20, dos más que el barcelonista Gavi. ¿Otro dato que hable de su importancia y la percepción que tienen sus rivales de él? Sí, es el futbolista al que le hacen más faltas, 30. El mapa de calor de Bellingham muestra su capacidad para interpretar diferentes roles y movilidad con la que, independientemente de su posición inicial, es capaz de caer a banda para asociarse con Vinicius. Ahora mismo es el mejor jugador del mundo y la única forma de pararlo sería lesionándolo; es decir, recurriendo al juego sucio y la ilegalidad.
La verdad, visto lo visto en Montjuic, no pensábamos que fuese tan bueno. Así. No pensábamos que fuese tan bueno. Y eso que, como todo el Madrid, sólo jugó bien 25 minutos. Todo el partido tuvo que lidiar con Gavi, que no lo dejó ni respirar. Pero los grandes jugadores son eso: un suspiro y todo lo anterior se olvida. Gavi, que no es precisamente un cualquiera, tendrá pesadillas con Jude durante mucho, mucho tiempo.
Otro detalle interesante del clásico tiene que ver con Luka Modrić, que llegó a los quinientos partidos con el Real Madrid. Las leyendas urbanas aún hablan de que los Rolling Stones, que estaban en la grada, se sometían a transfusiones periódicas de sangre para sostener durante décadas su vida rutilante de sexo (Mick), drogas (Keith) y rocanrol. Sabrá el diablo si Modrić conoce al mismo doctor que los Stones, pero verlo jugar es una experiencia religiosa, como dijera Foster Wallace sobre Federer. Ha nacido el Madrid del heavy metal, dos ráfagas y te manda a la lona. Y ahí, el viejo y bueno de Modrić no pierde el ritmo ni la melodía. En el partido de los Stones, él fue Charlie Watts: doce pases en el último tercio del campo, todos correctos por supuesto. No perdió jamás una pelota y con casi cuarenta fundió al medio campo del Barça, que tiene una media de 22 años. Impresionante.
Finalmente, poco que añadir: al Madrid se lo acusa de ser beneficiado por los árbitros, cosa rara porque, lo que muestra el caso Negreira es que quien les paga es el Barça. Queda liga, pues.