
People cross a road near Zocalo Square during the gradual reopening of commercial activities in the city, as the coronavirus disease (COVID-19) outbreak continues, in Mexico City, Mexico July 13, 2020. REUTERS/Henry Romero
Crisis sin final o a río revuelto…
La pandemia generada por el COVID-19, ha generado múltiples alteraciones en la vida de una sociedad que ya de por sí tenía varios problemas rezagados. Desde el detenimiento de la actividad económica, hasta la improvisación digital con la cual se ha construido la relación educativa y algunas consecuencias. Con respecto a ello vamos a referirnos el día de hoy.
El 13 de octubre las autoridades en dónde ejerzo mi principal proyecto profesional, intelectual y laboral, envió un comunicado para señalar entre otras cosas el hecho de no poder grabar las clases y tampoco hacer capturas de pantalla.
Tal medida, generó sobre todo en algunas personas (asumo que la mayor parte estudiantes o simpatizantes de ellos), reacciones de molestia por considerar a tal medida como protectora de lo que ellos llaman profesores “acosadores”, “ineptos”, “déspotas”, etcétera. Del lado de quienes son maestros o los defienden, vieron la medida como un derecho que ellos también tienen de defender su integridad física, de identidad, emocional y académica.
Como sucede en estos escenarios virtuales, se amontonan una serie de comentarios, los cuales (una parte de ellos), manifiestan un verdadero enojo que se traduce en violencia verbal de las dos partes. Otros con una mayor moderación hablaban de la protección que debe brindarse a los involucrados. Y no faltan por supuesto las bromas de un mundo irreal como lo es este tipo de lugares.
Lo que ocultan las medidas, las acusaciones legítimas o no de estos actores es que mientras ciertos estudiantes y profesores se dan con todo en un escenario de distracción, quienes tiene el poder se frotan las manos de gusto porque saben que: 1. Este tipo de formación universitaria resulta insuficiente en tanto no existe la participación de toda la sociedad para saber hacia dónde orientarla, 2. La división entre educadores y educandos, permite desmantelar todo tipo de esfuerzo para democratizar los procesos de trabajo formativo, 3. Se logra crear un espacio de inacción presencial, lo cual puede generar la desactivación de casos pendientes de controversias con alumnos, concursos de oposición, ocupación de plazas, designaciones administrativas o de autoridades o cuestiones como la revisión de la agenda de género, 4. Permite avalar la desintegración de un sentido colectivo (si es que alguna vez lo hubo) y por ende discusiones sobre la mejora académica y administrativa y 5. Se van minando las capacidades cognitivas y sensibles de quienes pertenecen a este tipo de relaciones educativas institucionales.
De tal suerte, sería necesario hacer que quienes estamos en las redes volteáramos a mirar un poco lo que ocurre no sólo en lo educativo, sino también en la descomposición existente en país (putrefacción que en algunos momentos y eventos puede verse muy fácilmente en Facebook), para con ello ver qué se puede trabajar en cuanto a combate a la pobreza y desigualdad, en la generación de un empleo el cual nos permita darle sentido a nuestras vidas, la construcción de ligas de cuidado y autocuidado con los cercanos y lejanos en defensa de un mejor patrimonio económico y cultural para todos.
En tal consideración se trata de que despertemos de este enorme letargo fantasioso del Facebook, para atender las grandes emergencias nacionales e internacionales que existen, si como dicen los expertos algo es necesario aprender de esta enfermedad es mirar a la vida con los ojos del compromiso, el bienestar y la regulación de estas conductas, porque de lo contrario, si regresamos con la misma actitud, la vida humana asumirá que su destino es repetir el instinto de muerte.