
Los nuevos maestros o cuando la educación se convirtió en tragicomedia
Desde el punto de vista de quien suscribe, la educación podría ser un proceso en donde se lograran desarrollar, construir o promover tres aspectos: 1. El desarrollo de una rigurosidad intelectual y crítica que permita hablar con fundamento de lo que pasa en el mundo social y la capacidad que tenga todo conocimiento de trasformar la realidad en beneficio de segmentos poblacionales vulnerables, 2. La posibilidad de trabajar con el arte y la filosofía para crear formas sensibles de mirar la viuda y así respetar toda manifestación y maravillarse con todo lo que rodea e incluso saber apreciar el misterio de las intuiciones, de la sorpresa y de las creencia y 3. Una condición para el diálogo y esa capacidad de vivir en paz en función del entendimiento y aceptación del otro.
Lo anterior vinculado con un proceso continuo de acompañamiento de una comunidad que intenta construir(se) para su mejora y bienestar. Esta serie de dimensiones, implican una estructura institucional y actoral, no sólo fortalecida en sus modos de conocer su realidad y en sus estrategias de formación, sino también con la capacidad de no simular y/o de no considerar a la educación como un juego político y económico que desfalque a la mayoría o incluso, –como diría el sociólogo Gilles Lipovetsky-, que se convierta en un fenómeno ligero donde lo relevante sea la apariencia (la imagen corporal y los accesorios de los profesores y la escuela), las soluciones simplificadas y positivas (un proceso instruccional y/o actitudes asertivas que evadan el conflicto escolar) y la confianza ciega de que la tecnología genera nuevas posibilidades en los procesos de acompañamiento, desarrollo didáctico y evaluación en el contexto formativo.
No obstante, a pesar de que se intenta enjuiciar y evitar que la escuela neoliberal, siga teniendo vigencia, ciertos gobiernos insisten perpetuarla. Esto es el caso de la Secretaría de Educación Pública de nuestro país, quien ha hecho un negocio con cuatro televisoras para que trasmitan los contenidos educativos de los niveles básico y medio y con ello se logre cubrir el proceso de enseñanza-aprendizaje que no se puede llevar a cabo en la escuela presencial. Más allá de los intereses económicos que guarda esta decisión, existe aspectos a tratar en la esfera del poder, de la identidad y cultural.
En ese sentido en un hecho que no se logra entender, se pide que conductores acompañen a los maestros para gestionar las lecciones y los temas. En tal circunstancia habría que preguntarse, si esto no representa el aligeramiento comentado a nivel de una forma entretenida para “educar”.
También reflexionar, si esto no supone claudicar por un aprendizaje que logre generar ciudadanos participativos y actores protagónicos de su entorno.
Y además, si no se está tratando de igualar educación o divertimento o peor aún, eliminar formas de desarrollo sensible que deben poseer los niños y adolescentes para construir solidaridad con sus prójimos. Y quizá lo más preocupante; considerar que si un conductor de programas light o un cómico pueden ser los nuevos maestros, entonces la identidad docente como un intelectual y guía del desarrollo puede estar en peligro de perder su legitimidad y acabar pensando que no se requiere a un profesor, cuando se tiene cualquier párvulo de etiqueta y sonrisa falsa y empalagosa.