
La filosofía como estado de permanente de angustia
En el momento en qué estoy escribiendo se celebra el día mundial de la filosofía. No soy filósofo de profesión, no obstante, desde la secundaria, me preocupaba por algunos temas recurrentes de esa etapa de la vida, por ejemplo: ¿qué es la adolescencia? ¿qué hago en la escuela? ¿qué me depara el futuro? Sí, preguntas, no tanto respuestas o certezas, más bien formas de ir caminando por la calle sin que nadie pueda mirar o descubrir lo que en ese momento estaba pensando.
De tal suerte dos sencillas cuestiones unidas: pensar y preguntar o mejor dicho pensar para preguntar y preguntar para volver a pensar. Sin duda este ejercicio implica dos aspectos; por un lado, un estado constante de lectura, atención e interpretación de lo que no es evidente, por ejemplo; en tiempo actuales por qué ha generado un discurso sobre las supuestas virtudes del trabajo en línea y de las redes sociales y no una crítica o una reflexión sobre las mismas. Por otro, al desmenuzar y discernir sobre un problema, no sólo se mete uno a las capas más profundas y húmedas de la situación, sino que en ocasiones se localizan aspectos desagradables que nadie puede o quiere ver y de ahí la angustia de ese momento y de los posteriores.
Angustia por querer comprender, angustia por gritar, angustia porque los demás conozcamos esa oscuridad que emerge con la filosofía, angustia por entender la realidad y angustia como forma de tristeza porque las cosas no van bien, al contrario, van mal, bastante mal. Y es aquí donde entra el sentido de la filosofía, como una actividad que no necesariamente nos pone de buenas, tampoco genera dividendos económicos y/o nos da consejos para “vivir” “mejor”. Más bien como una afrenta, una forma de interpelación y vivir en la zozobra, en los márgenes, en tanto es el lado puntilloso que intenta en todo momento resucitar el espíritu humano para que se sienta vivo y libre de toda hegemonía, alienación y opresión.
Pero también, la filosofía como una existencia en los márgenes del conocimiento y el precipicio de la vida y con mayor razón en estos momentos donde no sólo el análisis, el compromiso con la verdad o la creencia de la existencia de una entidad superior se encuentran en crisis, sino también, principios de honorabilidad, compromiso y lealtad, los cuales se encuentran en el mejor de los casos de capa caída y en el peor totalmente derretidos, por la falta de memoria o el menosprecio de aquello que resulta diferente.
De tal suerte abandonados y a la deriva por los imperativos del mercado y del automatismo, pareciera que la humanidad ya empeñó su destino sea a la biotecnología y/o a lo que manden sus circuitos neuronales y de ser así, ya se firmó auténticamente el final de la historia como lo quieren los poderosos, y que muchas generaciones ya lo están dando por hecho y aceptado, como si eso conviniera a una mayoría que ha puesto a resecar su alma postrada frente a un ordenador.
A pesar de esta serie de síntomas, existe en la filosofía una oportunidad en cuanto a angustiarse como un estado que le dice no a lo imperante e intenta poner en la carne viva los problemas, las necesidades, pero también las oportunidades, las posibilidades de ser otros, por ello honremos a la filosofía y a los filósofos no como quienes no dan una respuesta, sino una bofetada en tiempos de likes y selfies.