
El discreto encanto del poder y la dominación
Desde algunos años a la fecha, he escuchado una serie de frases que son interesantes y de las cuales algunas veces no somos conscientes de su significado profundo y de las implicaciones que tienen para el contexto de pandemia con el que se vive. La referencia hecha a continuación, remite a dos comentarios generados dentro de ambientes educativos y que deberían ser centros de reflexión, crítica y libertad y sin embargo por el calado de tales enunciaciones y situaciones parecen todo lo contrario.
La primera, es la ya tan llevada y traída idea de que todo acto educativo “debe” responder a la velocidad con la cual se están generando los cambios en la economía y en la sociedad. Lo cual implica que institución, docentes y estudiantes deben moverse rápidamente para que la primera reorganice la gestión administrativa y construya nuevos liderazgos. Los segundos, se actualicen en sus procesos pedagógicos y didácticos y los terceros sepan configurar un saber y unas habilidades para sostenerse en esa realidad.
Si se ve con detenimiento hay un trío de palabras muy curiosas: “Se están generando”, es decir, de algún modo u otro se creó ese ámbito de lo cambiante. El problema es que toda creación parte de algo o de alguien y nunca se dice de dónde y mucho menos cómo. Por lo que resulta altamente sospechoso se pida seguir esa línea de movilidad cuando no se dice quién o quiénes la instrumentan. Por otro lado, no se conoce quien lo realiza, pero tampoco nosotros los de a pie lo hacemos. De tal suerte ¿por qué hay que hacerlo, si yo no lo hice ni pedí? ¿a qué le llaman “vertiginoso”? ¿se puede ir a otra velocidad?
La segunda, hablando de lo usado para “paliar” la educación y que con toda sonoridad robótica resuena así: “hay que adaptarnos a las herramientas tecnológicas”. Parece que el eco del sentido común no está dentro de la melodía tocada por nuestro cerebro, pues hablar de ajustarnos a una computadora, al internet y a los recursos digitales, es algo inaudito en tanto se ha observado los problemas de tiempo, análisis y de personalidad que se originan al organizar la vida de todos en un maremoto constante de malestar por saberlas y peor aún “dominarlas” para hacer nuestro trabajo.
En ese sentido, como en lo anterior cabría hacerse otra serie de cuestionamientos antes de que la Inteligencia Artificial, decida quiénes somos, qué y cómo hacemos las cosas.
En tal sentido invocar algo así como: ¿quién es dueño de su destino? ¿Qué son las herramientas y quién es el que tiene que ajustarse?, ¿hay otro camino posible y urgente no solamente para la parte educativa, sino para la convivencialidad humana?
Estas preguntas, como las del primer caso, deberían ser (no sé si antes o durante el uso de la tecnología), las que abonaran en la construcción de dos aspectos: 1. Una forma emergente de crear procesos educativos en dónde los recursos tecnológicos estuvieran hechos no para consumir la energía y la afectividad de los seres humanos, sino para desarrollar tareas de acuerdo a sus propias capacidades y 2.
Volver a la discusión continua de preguntas las cuales deberían estremecernos por el grado de intensidad y cuestionamiento que hacen a todo lo ya dado por sentado, esto para evitar que el Auschwitz digital sea el único camino posible.